Por Nelson Guzmán Diplán
Todo poder en que haya manejo de cosa pública es político. La base legal que lo instituye debe permanentemente oscilar entre lo legal para sustentarse y lo legítimo para su sostenibilidad.
Prescindir de políticos para manejar poderes públicos sería un grave error de la clase política, pues conspira con la esencia de su quehacer cotidiano. La ausencia de pericia en el manejo de las relaciones de poder, por los que se denominan como apolíticos, puede llevar a fallas elementales, que resulten socialmente peligrosas para la gobernabilidad.
Mucha gente inquieta, con condiciones y capacidades no desarrolladas, por no caminar en la ruta de la militancia, encontrándose larga y difícil la escalera social, peldaño a peldaño, toman el atajo del ascensor eléctrico que ofrecen ONGs, iglesias, resortes de intereses extranjeros, movimientos sociales y núcleos de opinadores aventureros. Usan estas plataformas para que se le reconozca su accionar y lanzarse tras el poder político. Se mercadean como figuras frescas, sin compromisos con el pasado y maliciosamente apolíticos.
Estos inexpertos, en situaciones de aprieto hasta se suicidan. Recuerdo un sacerdote de mi pueblo, verbo encendido, humanista y defensor de los descamisados. Un gobierno lo asimiló, fue nombrado administrador de una fábrica del Estado para sanearla, terminó sepultándola y enfrentado a los trabajadores, andaba con una docena de guarda espaldas. No dio pie con bola.
Otros apartidistas por recomendación son hijos de personajes que hicieron fortunas y nombradías en la política, con formación académica de primera, becarios con nuestros impuestos, tienen alta inserción social, amigos de embajadas y monseñores, limpios, nunca han sudado, están al acecho para asaltar posiciones cimeras en el Estado y a costa de su abolengo continuar el hilo de privilegios.
La política es un oficio de vocación y formación, imagínese que para prescindir de ciertos dirigentes médicos, que no exhiben ningún aporte al desarrollo de la medicina o al bienestar saludable del pueblo dominicano, consensuemos para que los que dirijan los hospitales sean administradores de empresas, los cuales suelen ser mejores gerentes y menos contaminados con el negocio de la salud. La respuesta se recoge en el antiguo refranero de Plinio el Viejo “zapateros a sus zapatos” sugiriendo que cada cual se ocupe del oficio que entiende.
Estando en el umbral de la selección de los miembros de la Junta Central Electoral, administradores de la democracia electoral, los jueces del Tribunal Superior Electoral, que dirimen los conflictos que surgen de ese proceso y los integrantes de la Cámara de Cuentas, cuya misión fundamental es el control fiscal de los recursos públicos, de los procesos administrativos y del patrimonio del Estado. Arrecian los intereses que cohabitan en la sociedad por controlar estos estamentos de poder.
La oposición pide una J.C.E., imparcial lo que es correcto, pero pedir que estos imparciales sean apartidistas o apolíticos es aberrante e inconstitucional.
Esa fuerza monolítica pos-electoral fue tan inefectiva antes del 15 de mayo, que privó al país de una docena de senadores opositores y de al menos esa suma de diputados, adicionales a los que hoy ostenta ese conglomerado, para ser reales centinelas de la democracia.
Los empresarios quieren cuotas efectivas en estas instituciones, la sociedad civil también, a la Junta aspiran más de 230 ciudadanos, y a la Cámara de Cuentas casi trescientos.
Se creó un grupo llamado Institucionalidad Democrática, cuyo principal objetivo es que se adocenen las normas, es decir que se viole lo instituido, pero a su manera.
Esta vez promuevo la parcialidad, porque soy radicalmente parcial a favor del equilibrio, de la mesura, de la frugalidad, para los que tendrán que aplicar justicia electoral y administrativa. Estoy parcializado a favor de mujeres y hombres, justos, éticos, probos y políticos, no importa de qué conuco vengan o en qué partido hayan medrado.
Todos los dominicanos han comido del fruto del árbol que ahora se prohíbe sembrar, la involución hace urticante la simpatía partidaria. Necesitamos que los mejores ciudadanos participen en la política, que administren o controlen poder y que cada cual se ocupe de su oficio.
guzmandiplan@hotmail.com